saveriolongo@gmail.com

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Amsterdam, Noord Holland, Netherlands
Comienza su carrera artistica en 1984. En 1992 se licencia por la ENBAPP (Buenos Aires) como Profesor de Escultura. Estudia teatro, escritura, fotografía y vestuario teatral. Finalista en poesía en las Bienales de Arte Joven (1994 y 1996); Publica poesía (Antimusa, Ed.Nueva Generación, 1993). En 2001 realiza con la artista Marcela Jardon, la instalacion “Den-city”, EME3 (CCCB, Barcelona). En 2002 realiza exposición en galeria Black (Barcelona): Libros Objeto y collage fotografico. Entra en contacto de lleno con la filosofía New Age casando así con sus vertientes opuestas bdsm y bondage. Colaborando desde 2008 con el artista Lluis Braxter NEO-CORTEX, o el fotógrafo Tentesion, en el campo de las performances. Asimismo empieza a trabajar con Maria Cosmes, llevando su propuesta conjunta (performance”El Teixidor”) al Grimmuseum de Berlin, 06/10 y en Antigua Casa Haiku, 09/10, Barcelona. En Abril de 2010 colabora como actor en trabajos teatrales de los artistas Tamara Kuselman y Daniel Jacoby, L’Estruch de Sabadell.

woensdag 6 augustus 2014

El Cientocatorce

Es hora de publicar a modo de festejo, hace unos meses que lo escribí y si bien no sea un texto perfecto, está escrito con afecto, tratando de mostrar empatía por todos aquellos que aún vivirán con ese dolor de haber desaparecido, de haber sido desaparecido, que le hayan desaparecido a un hijo, un padre, un nieto, un amigo, un hermano, valgamente igual hija, madre, nieta, amiga, hermana y todas aquellas palabras posibles que definan los lazos que no debieron ser rotos por hechos tan desgraciados que ocurrieron en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y todos los países hermanos donde la injusticia imperó y sigue imperando, porque aunque los hechos ocurran en Ecuador, México, Palestina o Ucrania, más allá de las diferencias, lo que nos hermana son las sonrisas y las lágrimas que todo ser humano exhibe en su vida, tan solo eso alcance para decirnos hermanos por humanos.
Mi respeto a todos, esto no es más que una ficción que por desgracia emula cierta verdad.



Uno de los quinientos



Tiago era el mejor hermano del mundo. Había en él algo que yo no tenía y es que le gustaba ayudar a los demás, no solamente a mí que era su hermano menor, también estaba pendiente si a alguien en la escuela lo molestaban o lo peleaban los más grandes. Mientras yo soñaba con ser ingeniero o inventar cosas, él decía que quería ser bombero para ayudar a los demás. Me acuerdo de cuando tres chicos de tercer grado me tenían acorralado en el baño y me querían sacar los anteojos, me empujaban contra la pared hasta que me tiraron al suelo. Apareció mi hermano justo cuando me agarraron entre dos del guardapolvo pero Tiago no sabía todavía que el chico en problemas era yo. Empezó a pegarles fuerte pero más rabia le dió al ver que su hermanito era la víctima. Era mi ídolo. Terminó con un diente partido y yo tenía moretones en las piernas de las patadas que me habían dado esos chicos. Los demás gritaban y azuzaban a la pelea hasta que aparecieron dos maestras y nos llevaron a la dirección. Después nos reíamos en casa acordándonos que ellos también terminaron todos golpeados. Eran tiempos mejores porque siempre acabábamos riéndonos en secreto. Ese día hasta papá felicitó a Tiago.
Pasaron los años y al final yo había entrado a la facultad de medicina y Tiago despues de unas vueltas por la vida empezó a estudiar profesorado de historia. Nuestros padres tenían la idea de que los dos fuéramos profesionales pero él buscó su propio camino. “No vas a ser nadie disfrazado de bombero!” le decía nuestro padre, que de chicos nos había enseñado que teníamos que llamarlo señor para que supiéramos respetar a los mayores. A mí casi nunca me pegó pero a él siempre le daba palizas. Los dos hacíamos travesuras pero siempre la ligaba él. Nos decía que Tiago tenía que ser mi ejemplo y por eso siempre cobraba él en lugar de ser más justo. Nunca quise que me pegara pero sentía lástima por mi hermano que se las llevaba todas con él.
Un día estábamos los dos en el baño y frente al espejo me preguntó por qué no nos parecíamos. -Porque vos sos más grande y más inteligente que yo. -le dije sonriendo y orgulloso de él.
-¿Pero no viste que mis ojos son claros y vos los tenés como papá y mamá?
-Mami ya te dijo que la abuela María los tenía como vos.
-Sí pero en las fotos no parece, además tengo rulos.
Intuyendo por dónde iban sus cuestionamientos, razoné.
-Si pensás que sos adoptado no es verdad porque nací yo. ¿No te das cuenta que hubieran esperado a tenerme antes que adoptarte? Hubiera sido cuestión de esperar, ¿no?
-Tenés razón pero no lo decía por eso, dejá no me hagas caso.
-Sos raro Santi, siempre hacés de héroe y la gente normal no anda ayudando a los demás. ¡Sí que sos raro pero sos mi hermano!
Hablábamos mirandonos al espejo y observándolo tenía razón que era muy diferente al resto de la familia pero a mí no me importaba o mejor dicho, no quería que existiera una razón para que lo fuera. Teníamos diez y doce años y él le pedía a papá que lo llevara siempre a la peluquería para que no se notara que tenía rulos. Le empezó a importar tanto su imágen que yo quería parecerme más a él en todo lo que hacía. Más adelante empezó a llamarme zanguijuela. A mí me molestaba pero así y todo no me despegaba de él.
Hasta que empezaron las peleas.
-Dejame en paz zanguijuela! Siempre copiando todo.
-¿Y eso qué tiene que ver? Además no es verdad.
-¡No somos gemelos, no somos siameses, hacé tu vida, andá con tus amigos, pero no me copiés más!
Cerró la puerta de la habitación que compartimos toda la vida hasta ese momento. Mi único amigo de verdad era él y me dolió mucho lo que dijo.
Dejó de contarme sus cosas y yo sufría porque lo quería pero no sabía cómo acercarme a él que aparte de eso se había instalado en el altillo que cuando chicos era nuestro lugar de juegos cuando llovía y no nos dejaban salir al patio. No lo quería copiar, es que quería estar cerca de él... y con él, era mi hermano mayor, siempre me había cuidado y defendido, y de un día par el otro empecé a pesarle y yo no lo podía entender. A lo mejor sus amigos lo cargaban porque siempre estaba con el plomo de su hermano o esas tonterías que dicen las pandillas adolescentes cuando marcan territorio y todos tienen que igualarse para ser más fuertes como grupo contra el mundo adulto. Y los chicos somos parte del mundo de los adultos.
-Quedate en casa zanguijuela o buscate amigos tuyos!

Al final me hice de un grupo propio de amigos, eran del colegio y nos reuníamos al salir de clase. Como compartía colegio con Santiago, sabía también cómo era su colegueo, chicos a los que les gustaba sentirse fuertes y marcar la diferencia con el resto. Eran una especie de pandilla de crenchas que escuchaban Kiss y Iron Maiden y tomaban cervezas escondidas en bolsas del supermercado en la plaza. Hasta mi hermano se había hecho un tatuaje en el hombro sin que nuestros padres lo supieran y cuando lo descubrí de casualidad, medio que me amenazó con una golpiza si abría la boca.
Un día me preguntó si le guardaba un secreto y claro que acepté. Se me iluminaron los ojos. Me dijo que quería que lo acompañara a un lugar en el centro.
-Pero no le digas a la vieja, ni le cuentes a Viviana. -yo había entrado en medicina como conté antes y Viviana era mi novia de entonces. Él seguía con su grupo pero casi todos habían dejado la secundaria, incluso Santiago.
Esto pasó un domingo a la noche y al lunes siguiente nos fuimos a la estación de trenes, nos bajamos en la terminal y de ahí en subte hasta unas oficinas que había en una casa de principios de siglo veinte.
En el tren casi ni hablamos. Parecía que el secreto también era conmigo y solo necesitara alguien al lado de él. Le pregunté adonde íbamos.
-Ya vas a ver, a lo mejor es una paranoia mía pero no te asustes. -se había peinado el pelo y en la estación de tren se lo ató a la nuca, los borceguíes los llevaba encima de los pantalones pero también se los tapó cuando nos sentamos en el tren. Yo seguía cortándome el pelo bien corto, usaba zapatillas y por lo demás íbamos igual, jeans y camisas rayadas.
-No me asusto Tiago pero tanto secreto... hace años que apenas hablamos, ¿entendés? -dió un respingo al escuchar su apodo de antes, ya que hacía tiempo que lo llamaba Santiago a secas.
-Si bueno no sé, muchas cosas pasaron y pasan por mi marote, hermano. La vida me vino pegando de siempre.
-El que te pegaba ya sabemos quién era. Yo siempre estuve con vos. -fruncí el ceño y miré por la ventanilla, buscando en las vías, la velocidad que me borrara la emoción que brotaba de los ojos.
-Vamos a ver qué pasa estos días. No parece pero te sigo queriendo y va a seguir así siempre.
-Me gustaría que mejoraramos entonces.

Y lo hicimos. En esos dos meses nuestras vidas hubieron de cambiar para siempre.
Nos inventamos una nueva familia. Veíamos a mamá cada tanto, de alguna manera tuvimos que aceptar que ella había sido una más de las víctimas que dejó aquella época.
Quedó viuda cuando nuestro padre murió en servicio hace dos años, lejos de entristecerse, con la pensión de viudez pintó la casa por fuera y por dentro, cambió el juego de dormintorio, hasta le alcanzó para comprarse una cocina y heladera nueva. Que la viéramos bien nos permitió dejarla sola sin tanta culpa.
El departamentito que alquilamos era muy viejo pero barato. Y para costearlo invitamos a vivir a uno de mis compañeros de la facultad, además de que Tiago empezara a trabajar a sus veintiún años y anotarse en el turno noche para terminar la secundaria.

Al cabo de esos dos meses volvimos a ir al mismo sitio.
-Santiago Diez, tengo que decir que tu análisis de ADN no coincide con ninguno de todos los que tenemos en el banco. Podés quedarte tranquilo con tu orígen, no sos hijo de desaparecidos.
-Entonces...
-Para nosotras es un encontrado menos, pero para vos es una tranquilidad en tu vida. Que tu padre haya trabajado en la policía en aquella época y todo lo que nos contaste puede ser una coincidencia, pero la prueba es definitiva. -la mirada de la señora era contradictoria y difícil de explicar. Lo abracé muy fuerte.
-Ves que somos hermanos de verdad...
-Muchas veces la felicidad no está donde la buscamos. -dijo esta señora mientras me miró fijamente y agregó. -La tenés en ese abrazo con tu hermano.

A la semana Tiago fue a visitar a nuestra madre. Despues de su visita, ella me llamó para que habláramos los tres.
-Santiago ya sabe la verdad, su parte. Ahora faltás vos. -Ella se frotaba las manos con mucha ansiedad, me la imaginé con la lámpara de Aladino y su deseo era desaparecer, pero se enfrentó a nosotros con la misma mirada de pánico que tenía cuando presentía el ataque de furia de nuestro padre. No lo había dicho pero fuí el único de la familia que no sufrió sus golpes. Estábamos en su dormitorio, se había sentado en la mecedora donde solía tejer o miraba hacia el jardín buscando quién sabe qué.
-Le pedí a tu hermano que me dejara a mí contarte todo. Tu padre y yo queríamos tener un hijo pero no podíamos. Él siempre fue nervioso, eso lo sabés, y que no quedara embarazada lo puso peor, buscamos mucho tiempo pero yo me empecé a alejar de él porque era muy violento y le tenía miedo pero seguimos juntos también por miedo, y en el fondo no era malo, pero sin buscarlo conocí a un buen hombre. -hizo un paréntesis largo mientras Tiago miraba al suelo y yo a él. Volvió a hablar.
-El papá de Tiago fue ese hombre y no se lo dije ni a mi sombra. Tenía terror de tu padre. Me las arreglé para que creyera que era de él. Perdoname Santi querido y vos también por favor. Nunca volví a saber de él. -mi hermano y yo nos sentamos a los pies de la cama, escuchándola.
-Santi estaba por cumplir dos añitos, hacía un rato que lo había acostado, era invierno, me acuerdo porque había preparado un guiso y bueno... la cuestión es que llegó muy tarde esa noche, llevaba puesto el uniforme abajo del sobretodo y un paquete en los brazos. “Yo también te puedo dar un hijo” me dijo mientras le sacaba la mantita a un bebito hermoso. En ese momento sentí terror porque entendí que había descubierto mi infidelidad. ¡Y encima se vengaba de esta manera! ¡Tuvo un hijo con otra mujer y me lo trajo a mí! -noté que mi madre o la madre de Tiago o quién sea empezó a sudar mucho, se aferró a los braceros de la mecedora y tamborileaba el suelo con la punta de los pies. Estaba reviviendo esa historia.
“-Calentá leche para este mocosito. Tu bastardito lo vas a seguir teniendo, quedate tranquila.
-¿De qué estás hablando Alberto? -dijo pálida como la nieve.
-Me puedo hacer el pelotudo pero no soy. Yo también fui a un médico y se que no soy bueno para darte un hijo así que ese no es mío. Este sí. -dijo señalándo al recién llegado que llevaba en brazos y seguía dormido.
-¿Y quién es la madre? no sé cómo me atreví a preguntarle eso. Cuando lo escuché que llegaba, encendí la hornalla para calentar el guiso y mientras pasaba todo esto, él dejó el bebé en el sillón y volvió a la cocina muy rápido.
-¿Te pregunté acaso de quién es el hijo de puta que alimento?!! Puta de mierda!
Mi mujer es una puta y yo un cornudo. Ustedes empezaron a llorar pero él no paró ahí. Se calzó la cacerola con las dos manos y me arrojó las lentejas hirviendo encima. Esa cena me dolió una semana entera en el cuerpo, ni siquiera me llevó al hospital. Me arrastró hasta la bañera y me tiró agua helada. Yo no paraba de gritar.
-Vamos a decirle a todo el mundo que te quedaste inútil despues de Santiago y que queríamos darle un hermanito, por eso adoptamos y acá se acabaron las preguntas. Era de una zurda drogadicta que ni sabe quién es el padre así que nadie lo va a reclamar. Cuando salgás de la ducha poné tu firma al lado de la mía que ya lo adoptamos.”

Hasta ese momento Tiago sabía que Alberto no era su padre pero todo lo demás lo dejó tan azorado como a mí. Nuestra pobre madre se tapó la cara con las manos, se dobló sobre sí y enterró su cara entre las rodillas, se abrazaba las piernas en un llanto descontrolado y empezó a arañárselas. Entre los dos la abrazamos, intentamos frenarla. Tiago corrió al baño y volvió con una toalla mojada. Lo urgente era calmarla, devolverle un mínimo de paz, asegurarle que la queríamos, que la amábamos.
Era nuestra madre, un alma vacía en su soledad, una muñeca de trapo rellena de miedos, culpas, dudas y la sal de millones de lágrimas. Sentimos que lo urgente era llorar la hiel de los tres en un abrazo sincero que nos reparara un poco.
No sé qué hora era, ni qué sábado de septiembre se estaba acabando pero el sol iba desapareciendo y el perfume de la glicina iba trepando por la ventana abierta recordándonos que la paz también hace acto de presencia.
Tiago el servicial, Tiago el samaritano se encargó de la cena, ravioles con crema y queso rallado que su madre apenas tocó.

Mil novecientos noventa y ocho terminó con nosotros tres tirando vengalitas en el jardín y espantando los mosquitos mientras mamá cortaba el pan dulce y repartía las garrapiñadas y trocitos de turrón en platitos. Estaban por llegar los padres de Alberto con nuestros dos primos, venían de cenar en la casa del tío Pancho, como siempre los tíos no salieron de su casa por el miedo de él a que le incendiaran la casa con los cohetes. Tiago repartió espirales prendidos debajo de la mesa y me mandó a encender la tira de lucecitas colgada en el ceibo, que preparamos pero nos olvidamos de enchufar. Charlamos con los vecinos que se asomaron por encima de la ligustrina para saludar y en ese momento sonó el timbre. Mis primos eran un poco menores que nosotros pero de River y Boca igual que Tiago y yo. Así que durante un rato los hermanos pasábamos a ser el enemigo y los primos el amigo.
-Carmencita mirá que te conozco, le dije a Toto que sin Alberto se iban a quedar solos acá. Las vueltas que nos hacés dar de una punta a otra. -mi abuela siempre fue muy nietera pero la lengua no se la cortaba nunca.
-Bueno, ustedes saben que me cuesta salir, Alberto siempre me tenía que arrastrar.
A mi abuela se le llenaron los ojos de lágrimas por su hijo y el abuelo aclaró la situación sentándonos a todos y pidiendo una sidra.
Mi madre se evitó todo preámbulo, golpeó una copa con un tenedor mientras el abuelo las servía y nosotros cuatro volvimos sabiendo que no nos íbamos a librar del discurso. Antes los daba mi padre y ahora mamá.
La abuela comentó que se había dado cuenta de que su hijo era un maltratador pero nunca había dicho nada. El abuelo volvió a servirse sidra dos veces y jugaba con las garrapiñadas, ella seguía hablando con los nudillos en la mesa, en un tono monocorde pero sin parar. Los cuatro primos estábamos sentados por simpatía futbolera como siempre.
-¿Entonces no son nuestros primos? -Juanjo, el menor, hizo el comentario sin maldad, más bien con asombro, pero dió pie para que el abuelo dijera.
-Entonces no tenemos nada que ver con esta familia. -se levantó apoyándose en el brazo de la abuela quién empezó a llorar.
-¿Carmencita, tantos años este secreto...?
-Mis moretones no eran un secreto.
-Pero si vos no hablabas, yo qué podía decir?
-Esas cosas son privadas de cada casa. -intervino el abuelo apurando el último trago y frotándose la cadera que le provocaba renquera. -vamos que hay que llevar a los chicos de vuelta.
-Carmencita no terminó de hablar, no me voy a ir, no, todavía no. Sacate de la cabeza que voy a perder dos nietos. Diez, sentate que las llaves del auto las tengo yo y parece que a los Diez hay que arreglarlos bastante, aunque hay uno que ya está muerto. -la abuela empezó a llorar otra vez pero se secó con una servilleta y no se movió de la silla. 
Tiago y Chelo fueron a la cocina a preparar café. Juanjo y yo nos fuimos a la pileta a meter los pies en el agua.
-¿Entonces no sabés quienes son tus papás?
-mis papás van a seguir siendo ellos, sobre todo ella. -chasqueé la lengua. -igual es raro, todo es raro.
-¿Por qué lo decís?
-Nada, soy un traidor porque la quiero a ella, a mi hermano, a ustedes, pero si también quiero a mi familia que no conozco, entonces traiciono a la que conozco. ¿Y si mis viejos verdaderos eran terroristas?
-sí, qué garrón. Igual si eran eso, se merecían la cárcel pero no que le saquen un hijo o matarlos, pero es un garrón igual.
-A lo mejor ni siquiera soy hijo de desaparecidos
Empezaron a estallar los cohetes, señal de que no nos habíamos enterado del cambio de año.
-la abuela nos dijo antes de salir de casa: “cenamos con unos y brindamos con otros” ¿pero de brindis ni hablar, no? -impostó la voz de la abuela y por suerte me hizo reir.
No hace falta contar que no hubo brindis. Todos tomamos el café que sirvieron Chelo y Tiago, la abuela nos abrazó a todos y nos lagrimeó los cuellos. Le agarró las dos manos a mamá. -Vas a seguir siendo la viuda de mi hijo así que sos mi hija. No le hagas caso a este cangrejo, -señalando al abuelo. -es cascarudo por fuera pero adentro es manteca.

Ahora comenzaba lo importante, en marzo volvimos a Virrey Ceballos por cuarta vez, pero ahora nos acompañó mamá y los interrogantes eran míos.
-Alberto Diez, en esta carpeta está el resultado de tu análisis de sangre. Y la histocompatibilidad sanguínea con dos muestras de ADN de nuestro banco de datos. -explicó María Herminia, otra más de las Abuelas, buscadoras incansables de sus nietos.
Un temblor se apoderó de mis piernas y mi vista se pobló de imágenes de películas de guerra, era lo más parecido que podía encontrar a una realidad terrible que se acercara a mi historia. Tiago llenando el balde con arena mojada para ayudarme a hacer un castillo, y una bomba explotando en una playa de rocas sembrada de cadáveres. Mamá Carmen correteando hacia mí y alzándome en brazos mientras yo reía felíz. Papá Alberto llevándome a la escuela de la mano y llamando a los gritos a mi hermano que caminaba detrás o poniéndome su gorro de policía que me tapaba hasta la naríz y de repente su cinturón en las piernitas de Tiago. Una ráfaga de tiros en una trinchera se volvió ensordecedora. Luego el silencio y el tic-tac de un corazón mecánico o un reloj, no lo sé, me nubló la vista de rojo y miré a María Herminia, a Tiago y a mamá.
-Tu caso es el de una apropiación ilegal, como otros quinietos casos más. Para nuestro dolor, tenemos mucha experiencia en esto y cada vez que aparece uno de nuestros nietos, es como si fuera el de todas. -se le quebró la voz. -Si me dejás abrir la carpeta, te voy a mostrar los datos de tus papás biológicos. -sin mirar a mi familia, asentí con la cabeza.
-Tu mamá estaba casada y embarazada de cuatro meses cuando...

Cuando es tanta y tan fuerte la información a procesar, una batalla se desata en el cuerpo, sensaciones contradictorias de alegría, euforia, rabia, alivio, tranquilidad, tristeza. Una tristeza profunda por un pasado que nunca tuve, y un futuro que me robaron. El consuelo de ser querido por gente que me adoptó en su vida, un hermano, una madre, hasta un padre que se aferró a mí por vengarse de su mujer sin importarle mi vida ni quién era, y que actuó un afecto que sentí real durante años, aunque yo lo odiaba por hacer causa común con Tiago.
Se pueden explicar muchas cosas, pero otras es imposible de ponerlas en palabras. Ese año descubrimos que lo urgente era repararnos de nosotros mismos, pararnos las hemorragias y dejar de lastimarnos con culpas y dudas y preguntas que nos hacían más daño.
Lo importante era una vez recuperados si es que se pueda, descubrir nuestros pasados y proyectarnos un futuro como las mejores personas que podíamos ser. Buscar al papá de Tiago, contarle que tenía un hijo, conocer a mis abuelos biológicos y seguir siendo los hermanos que aprendimos a ser.


Saverio Longo

Amsterdam, 27 de abril de 2014


dinsdag 22 oktober 2013

KIRAH SE VA DE VIAJE

Kirah tiene cuatro añitos, su mamá y sus tres hermanos mayores están en el campo trabajando.
Ellos tienen que juntar las chauchas de arvejas que ya están gorditas y meterlas en una bolsa de tela que tienen atada al cuello y colgando a un costado. El más chico de los tres parece un poco vago pero el pobre tiene un agujero en su bolsa y se le van cayendo un montón de chauchas de las que junta. Los otros dos se ríen de él y la mamá los reta diciéndoles que lo ayuden en lugar de burlarse del pobre hermanito. Pero al pequeño le da un poco de rabia tener menos chauchas que los otros dos y se pone a gritar que él también está trabajando y que no vale tener menos que ellos. La mamá se acerca a él y le hace un nudo en su bolsa, para que el agujerito quede cerrado y así empieza a llenarse su bolsa tan rapidamente como la de sus hermanos.
Todo esto Kirah lo sabe porque cuando vuelven a casa su hermanito mayor le cuenta todas las cosas que hicieron, y él le cuenta como estuvo todo el día acomodando los cuencos de coco uno encima del otro para montar torres altas y reirse cuando caían al suelo. También había sacado agua del pozo aunque sale un poco marrón porque hace tanto que no llueve que el agua se mezcla con la tierra. Pero la mamá les enseñó que igual tienen que juntarla y ponerla en cuencos, que después de un rato hay que pasarla a otro cuenco,con un trapo encima, cuando la tierrita se queda en el fondo. Y así se va limpiando el agua para después poder tomarla.
Kirah se va a hacer cazador como su papá. Hace mucho que su papá se fué a cazar pero cuando vuelva les va a contar todos los animales que cazaron, y después cómo los llevó al borde de la ciudad blanca para venderlos junto con sus amigos cazadores. Cuando vuelve siempre trae bolsitas de diferentes comidas, y una harina con la que mamá les hace unas galletas muy sabrosas que después de aplastarlas un rato entre las manos, las pone en un agujero en la tierra con maderitas encendidas y al rato ya están cocidas. Están muy ricas cuando están calentitas pero solo pueden comer una, las demás las tienen que dejar enfriar para el desayuno de los días siguientes porque calientes caen muy pesadas.
Kirah y su hermanito son muy amigos, igual que los dos hermanos mayores son muy amigos. Siempre arman guerras de palos en dos equipos, a veces ganan Kirah y Kaly pero la mayoría de las veces ganan Pehmina y Takum, porque son más fuertes y grandes. Igual siempre es un juego, al final todos se quieren y son amigos.
Pasan muchos días más, todos iguales pero papá no regresa y mamá empieza a ponerse muy intranquila, mira hacia el horizonte por donde se pierde el camino por donde se fué papá y mira el campo que está ya casi seco y sin chauchas que juntar. En su mirada hay algo raro, como una sombra más larga que la sombra de la casa a la tarde cuando el sol se esconde detrás del campo.
Después de muchos días se ve a alguien que llega por el camino y salimos corriendo a recibirlo pero Kirah ve que no es papá, que es un señor de botas largas y un turbante marrón en la cabeza. Empieza a hablar con mamá cuando llega y nosotros cuatro estamos esperando a que ella nos explique lo que está diciendo este hombre.
Mamá nos dice que tenemos que irnos, que este señor se va a llevar todas las chauchas y a cambio nos va a llevar a un barco con más gente para cruzar el agua de sal sobre unos cuencos como los cocos pero grandes. Que del otro lado del agua de sal hay una ciudad blanca con mucha gente y donde no hace tanto calor como acá y llueve más seguido y podremos comer otras cosas.
Pehmina, que es el mayor de todos y ya es un hombre le pregunta a mamá por qué no esperamos a papá. Ellase  tapa la cara y dice que él ya está del otro lado del agua de sal y tenemos que ir a buscarlo porque este señor nos va a llevar a todos.
Pehmina le pregunta a mamá por qué se tapa la cara y ella dice que es mejor así, porque con los ojos tapados se lo puede imaginar a él con los brazos abiertos cuando nosotros lleguemos. Orkum-adý nos va a ayudar si le mostramos confianza en su poder- nos dijo ella.
Orkum-adý es la fuerza de la abundancia. Hace muchos meses que no viene pero cuando está por venir, el cielo se llena de nubes blancas y después grises y todas juntas empiezan a chocar y cae agua. Entonces Orkum-adý nos da la abundancia verde y llegan también animalitos a tomar agua al lago y mis hermanos mayores aprenden a cazarlos como papá. Yo también voy a ser cazador y viajar lejos.
Después de unos días de caminar con otras personas que también cruzarían el agua de sal en cuencos gigantes de cocos, llegamos a entender mis hermanos y yo por qué había que subirse ahí. Nunca habíamos visto un lago tan grande, se veía el borde solo donde estábamos nosotros con esa otra gente, esperando a subirnos a uno de los cuencos. Unos hombres que nos escucharon se empezaron a reir y Pehmina se puso muy serio, entonces uno de ellos nos dijo que no son cuencos para comer, se llamaban botes, y los habían inventado los pescadores para flotar en el agua y poder pescar peces para comer.  
Odio el viaje en cuenco botes.  Ya estamos acá hace cuatro noches y todo es agua de sal. Del agua que teníamos en nuestras bolsas ya se está acabando y mamá no nos deja tomar más que un sorbo por rato. La panza nos hace ruído porque las galletas se habían acabado y otra de las familias tenía un cagualí seco que compartía con los demás pero también se acabó. Y los mayores no nos dejan tomar el agua de sal. Tenían razón porque dos nenes que estaban con nosotros no hicieron caso y tomaron agua de sal y se fueron secando de a poco y gritaban. El papá de los nenes lloraba pero al final cuando ya no lloraban, hubo que tirarlos al agua y el papá también los acompañó. Fue muy triste, durante muchas horas el único sonido fue el de las olitas pegando contra el bote y la voz de un señor muy viejo que cantaba algo a Orkum-adý.
Todos estábamos débiles, hasta los ojos nos pesaban y no podíamos abrirlos mucho porque el aire todavía quemaba, no tanto como en el campo pero todavía quemaba y mojarse con el agua de sal era peor, un ratito estaba bien pero después era peor. Yo creo que Orkum-adý ya no nos puede escuchar, porque estamos muy lejos de casa, sino seguro que nos traía la abundancia, pero la abundancia es verde y acá todo es azul, agua azul y cielo azul.
Una de las señoras con turbante vio a lo lejos otro cuenco gigante y empezó a gritar que les hiciéramos señas para que nos vinieran a buscar. Detrás de ese cuenco azul y blanco había una línea luminosa de tierra, parecía desigual, no era como la playa lisa de donde partimos, era como que tenía partes de tierra alta y partes más bajas. También se veían construcciones poderosas, me imaginé que serían parecidas a esas que vimos en un dibujo de un papel, en el que papá había traído un trozo de carne seca en sal y se veían caminos lisos y a los costados, esas casas poderosas con ventanas unas arriba de otras. Nunca había visto que hubiera casas tan altas pero era lo que parecía de lejos, atrás del bote azul y blanco.
Todos empezamos a saltar y mover los brazos para que nos vieran. Eramos muchos pero estábamos tan lejos del otro bote que teníamos miedo que no nos vieran. De repente, escuchamos un ruido fuerte de agua contra el bote y algunos nos caímos al suelo pero unos tres señores cayeron al agua y desesperados empezaron a querer trepar por el borde y otros ayudarlos a subir. Pero algo salió mal y las aguas de sal se pusieron bravas, entre gritos, ruido de agua, y brazos y piernas todos enredados tratando de salvar a estos hombres, el cuenco empezó a girar hacia un costado.
Ahora puedo sentir lo difícil que es moverse en tanta agua. Siempre con mis hermanos jugábamos en el lago, pero el lago nunca nos llegaba más alto que la cintura, era muy fácil saltar y brincar mientras gritábamos y nos tirábamos agua, pero acá no podemos tocar la tierra abajo. De repente el cuenco azul y blanco lanza un grito muy fuerte, y se ven unas luces por arriba de un palo que le sale encima y más gritos fuertes largos y vemos cómo se acerca. Yo miro para todos lados a ver si veo a Kaly, Pehmina y Takum y a mamá. Y sí qué alegría, los encuentro a Pehmina y Kaly pero a nadie más. Hay gente que se empieza a hundir en el agua de sal. Yo me desespero un poco porque me hundo, claro, no sé flotar en tanta agua, pero también siento la alegría del agua fresca en la piel, aunque beberla no me gusta, pero no puedo evitar que se meta por la naríz, yo cierro la boca pero por la naríz no puedo evitar que entre. De repente veo a mamá y otra mujer parece que le pone las manos encima para subir ella y no hundirse. Yo grito que no lo haga, que es mi mamá. Kaly me agarra de un brazo para que no nos hundamos también pero es difícil. Pehmina está agarrado a nuestro bote con otra gente y nos busca con la mirada pero no nos ve. En el bote azul y blanco hay unos señores con la piel muy clara que hablan muy diferente a nosotros. Empiezan a tirar unos círculos naranjas al agua y la gente los empieza a agarrar como pueden. Otros empiezan a subir por unas cuerdas que la gente clara tira de su bote, pero algunos no llegamos, estamos un poco lejos del bote azul y blanco y creo que somos muchos, aunque parece grande no creo que entremos todos. En un momento me doy cuenta que hay gente que va desapareciendo, veo menos cabezas y menos brazos. Otros parecen hormiguitas negras trepando por las cuerdas, como cuando las hormigas trepan por una rama para comerse las hojitas de arriba de la planta.
Creo que estoy muy cansado. El agua de sal es tan azul, tan bonita, y me abraza tan fuerte… si me pongo a dormir seguro que voy a soñar pero abajo del agua puedo ver también y veo a Kaly que estira sus manos hacia mi y nos abrazamos. Yo siento que él llora pero con tanta agua no puedo decir que sea cierto. No queremos cerrar los ojos, desde abajo, los rayos de sol parecen columnas blancas que se mueven mientras nosotros bajamos abrazados. Ojalá mamá sepa que estamos los dos abrazados y seguros de que siempre vamos a estar juntos.
Y colorín colorado.... este cuento... no ha acabado.

FIN

Tres de octubre de 2013, a 700 metros de la costa de Lampedusa (Italia) perecieron cuatrocientas personas que buscaban mejor vida en Europa.
Unos nos rasgamos las vestiduras cuando el otro ya tiene el agua en los pulmones, pero no es nuestra culpa.
Otros nos rasgamos las vestiduras por lo que pasa en la otra punta del mundo y miramos a nuestros hijitos y decimos “acá esto no pasa gracias a Dios”
Esos mismos que pasamos en colectivo por Retiro y miramos hacia el Kavanagh y calle Florida que se ve más lindo, pero en la nuca nos está pegando una 31 con su paco y padres que salen a las 5 de la mañana a laburar sin saber qué estarán haciendo sus hijos. O tal vez donamos diez euros mensuales a una ONG que ayuda a refugiados y desplazados en algún lugar de Africa y ya dormimos tranquilos bajo nuestro techo europeo aunque tiremos en el primer tacho de basura en la calle la mitad del bigMc que nos acabamos de comprar porque no nos entra en el estómago y sin pensar en que hay doscientos mil nenes que mueren literalmente de hambre en el mundo y anualmente.
Todos somos dueños de la doble moral, gracias a ella podemos dar un paso y salir a la calle, volver a la cama y  amanecer al otro día para seguir en la lucha. Todos nos inmunizamos ante el bombardeo de noticias inhumanas: bombardean con drones una escuela en horario de clases; se puede matar un afroamericano adolescente y ser sobreseído pero serás proscripta si muestras tus senos en público; puedes acosar a tu secretaria que de aquí a que ella pueda demostrar que es cierto todos se habrán olvidado del caso, y lo mejor de todo es que ella sera considerada una chica fácil, pero puedes pasar cinco años en la cárcel por haber pirateado algo en internet; puedes mandar a tus compatriotas deportistas a Japón para el 2020 y negar los informes que dan cuenta de la radioactividad presente en las aguas japonesas gracias al combo Fukushima-tsunami del 2011, después vovlerán con un incipiente tumor pero ya lo resolveremos en su momento.
Mientras tanto ve a visitar los glaciares del sur, tercera reserva mundial de agua potable, antes que terminen de desaparecer como tal y sean contaminados por explotaciones mineras por ejemplo, y de paso date una vuelta por la pampa húmeda a disfrutar de ver las vacas pastando libremente antes que todo quede cercado y con carteles de “propiedad privada Monsanto” y las vacas queden hacinadas en corrales comiendo forraje industrial. Y si quieres puedes ir a conocer la Torre de Eiffel en vivo y en directo, pero asegúrales a los franceses que estás solamente de turista, actualmente ser extranjero en Francia es delito capital, ellos quieres saber que les dejarás tu dinero y te marcharás en pocos días (condición sin e qua non).
Voy a cerrar diciendo que ser aveztrúz y meter la cabeza en el hoyo nos deja el culo como un blanco a tiro perfecto, y puede que podamos vivir con ello, pero ya ni siquiera tenemos que pensar en qué será de nuestros nietos, porque nuestros hijos ya están en peligro.


Amsterdam 21 de octubre de 2013
Mechi y el mar

Los ojos de Mechi estaban grandes como platos, color café, con la profundidad que pueden tener el infinito en los ojos de una nena de 5 añitos recién cumplidos, recibiendo el regalo que había pedido pero no pensaba que se fuera a cumplir su deseo. De hecho, la mama le había dicho que para eso tendrían que pasar unas cuantas cosas antes.
Sus ojitos perdían el brillo soñador mientras imaginaban todo lo que le iba a costar ordenar su habitación todos los días. Tampoco es que tuviera tantas muñecas ni ositos, pero siempre estaba menos ordenado de lo que ella misma podía reconocer.  Por qué nunca me creés cuando te digo que no lo dejé abajo de la cama? –Le decía a su mama. -Estaba al lado de la calesita, mami…
Había un  estante al que tenía que llegar subiéndose a la mesita donde dibujaba con sus lápices de colores, animales fantásticos que nacían mientras sus ojitos cerrados flotaban en neblinas de colores, viéndolos aparecer casi de la nada, presentándose de esta manera: Hola Mechi, yo soy el oso-pez-verde, hago piruetas en el fondo del mar y siempre hago carreras con el delfín rojo, pero a veces gano y otras pierdo.
Así le hablaban sus animalitos fantásticos, después ella se sentaba a dibujar todo lo que le habían contado ellos y su mama la felicitaba por lo bien que dibujaba.
Pero cada vez que se subía a la mesita a buscar algo del estante al que no alcanzaba si no se subía a la mesa, sentía que unas manitos le agarraban las medias y se las bajaban mientras ella se estiraba para alcanzar lo que quería del estante, generalmente uno de los libros que le leía mamá o papá antes de dormirse. Igual ella no le prestaba demasiada atención a los tirones de medias y seguía con lo suyo. A veces veía como un rayo que atravesaba su habitación y se quedaba observando pero no pasaba nada más, hasta que una vez, mientras cantaba la canción de la cebolla llorona, alguien empezó a tararearla y después de un rato se dió cuenta que esa vocecita no salía de su cabeza, que salía de atrás de la cama. Pero no hizo nada, siguió cantando la canción de la cebolla llorona y de a poquito, apareció una sombra con los colores del arcoiris que se movía como la cola de un tigre o como la colita de un ratón, de un lado para otro y soltando como estrellitas de colores que iban a chocar contra la pared y se deshacían en estrellitas más chiquititas que bailaban mientras ella cantaba.
Llegó un día en que ya no quería salir de la habitación. La mamá y el papá se empezaban a preocupar un poco, no mucho porque Mechi seguía siendo tan dulce como siempre y con una imaginación muy grande, pero pensaban que se había peleado con la amiguita del quinto C con la que jugaba siempre aunque ella les explicó que era un poco aburrida Carla, por eso prefería dibujar y cantar sola.
Pasron unos días y los papás empezaron a notar que en la habitación había más ruidos y parecía que su hijita estaba aprendiendo a imitar voces diferentes, pero no se animaban a molestarla porque era tan buena que seguro que no estaba haciendo nada malo, así que por qué molestarla con preguntas de adultos?
Un día, su mamá bajó de la terraza del edificio donde vivían, con un montón de ropa limpia que había puesto a secar, y después de doblarla la separó en montoncitos diferentes, uno para los cajones de papá, otro para sus cajones y un tercer montoncito con ropa más chica para los cajones de Mechi. Vaya sorpresa se llevaron las dos! Cuando la mamá abrió la puerta, una ola gigante de agua salió hacia el comedor, toda la ropa seca se volvió a mojar! La mamá empezó a nadar desesperadamente.
Mechi tenía puesta una escafandra de las que había dibujado en sus papeles, tenía una  manguera larga color azul que llegaba hasta el techo, pero se asustó mucho al ver a su mamá que no tenía nada puesto para respirar en el agua. Lo más raro era que su mamá no se asustó, empezó a crecerle una cola de pez encima de las piernas, debajo de la pollera de flores que tenía puesta. Su pelo perdió los rulos y se volvió lacio y más largo. El oso-pez-verde se arrodilló frente a ella y la llamó “su alteza la princesa Sirena”, Mechi le preguntó al delfín rojo si era de verdad princesa y el delfín le explicó –es evidente! Tiene cola de sirena, ves su diadema de perlas? –también tenía diadema, era verdad y las perlas eran de siete colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, celeste, azul y violeta!
Su mamá sirena recorrió todo el departamento y comprobó que los muebles eran como piedras y cuevas en el fondo del mar. El televisor que estaba prendido en el canal de las noticias, se había transformado en un túnel que al fondo tenía una salida con mucha luz. Por suerte era invierno y aunque había mucho sol, también hacía frío entonces las ventanas estaban cerradas. Menos mal! sino el agua se hubiera ido por las ventanas abiertas. Después de comprobar que todo el departamente era un fondo marino y había más peces y otros animales que Mechi había dibujado, miró a una ventana y vio que el sol estaba bajando entonces fue a buscar a Mechi que seguía en su habitación y con algo de miedo porque si bien era el mundo que ella había creado, no estaba segura de lo que podría encontrarse fuera de su habitación. Pero su mamá sirena le explicó que tenían que ir a la puerta para recibir a su papá y explicarle muy rápido lo que pasaba, sino se podía asustar y ahogarse por falta de imaginación. Así que cuando la puerta se abrió, al papa le costó mucho esfuerzo entrar porque no es lo mismo caminar fuera del agua que dentro de ella.
Claro que el agua salió por la puerta del departamento e inundó todos los pasillos y las escaleras. Lo mágico era que el agua no se acababa nunca. El papá quiso hablar y le salían burbujas de la boca, mientras le empezaban a crecer unos bigotes larguísimos y colmillos tan largos que la corbata que llevaba puesta se le enredaba en ellos. Ellas se empezaron a reir y lo abrazaron. La princesa sirena le dijo que era el león de los mares más guapo que había visto nunca. La vecina abrió la puerta para ver qué pasaba y se le llenó la casa de agua, todos los departamentos se fueron inundando y convirtiéndose en fondo de mar. Todos los habitantes se transformaban en peces fantásticos, algo raros, de muchos colores y formas diferentes. Eso sí, todos se parecían un poco a la persona que habían sido antes, y esto era muy importante porque así se podían reconocer los unos a los otros. Empezaron a nadar por todo el edificio. Como ya era de noche, nadie entraba ni salía. Estaban en sus casas, transformados en peces, estrellas de mar, caballitos de mar, erizos, algún tiburón azul con la panza blanca a rayas grises, Carla, la del quinto C era una estrella de mar amarilla con rayas violetas, Mechi la reconoció por lo tranquila que estaba en su habitación y sin moverse apenas.
Era fantástico, su mamá no tendría que planchar nunca más, la ropa abajo del agua no se arruga! Tampoco tendría que cocinar, porque había algas y corales que se podían comer. Y había para todos! Los papás y las mamás no se iban nunca más a trabajar, porque ahí tenían todo, los abuelos y abuelas, como siempre les podían contar historias y así aprendían todo lo necesario de la vida. No tenían que ir más a las escuelas y siempre era recreo!
Mechi tenía sus momentos de tristeza, como ella era la creadora de ese mundo, no se había dado cuenta en convertirse a tiempo al principio de todo, y ya era tarde para eso, así que tenía que ir a todos lados con escafandra y el tubo largo azul, pero como la querían tanto y todos estaban tan agradecidos por haber creado este mundo maravilloso, se olvidaba de la tristeza y jugaba…  jugaba, y creaba otros mundos fuera del edificio. Solo tenía que empezar a cartar la canción de la cebolla llorona mientras dibujaba a veces estrellas y planetas, otras veces dragones y luciérnagas fosforescentes, otras veces hadas y murciélagos que volaban juntos de día y de noche.
Y colorín colorado…. Este cuento se ha acabado.

Saverio Longo

Amsterdam 29 de septiembre de 2013

woensdag 2 oktober 2013

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

“Yo sé que las circunstancias me acusan por todos lados, que los hechos están gritando que soy responsable de la muerte de doña Clotilde. Pero válgame Dios para inventarme yo toda esta trama que me sindica como asesino, todos lo dicen con la mirada, sí, asesino de esta señora a la que no hice más que proteger hasta de sí misma, con su manera de ser tan displicente para con los empleados, sus amistades, todo aquel que la rodeaba. Sólo puedo hablar bien de Amalita, su ama de llaves y con ciertas reservas, ya que a su manera, también la adulaba en tonterías aunque no fuera lo conveniënte para ella, terminaba diciendo a todo que sí, y la halagaba con tal de sacar alguna tajada, como pulseritas, aritos que la señora no quería usar más o le decía que no le quedaban bien y entonces ella se los regalaba. He oído comentarios  de otros empleados que cuando la señora viajaba a la ciudad, en un plis plas se vestía con sus kimonos para salir al jardín, le usaba sus ungüentos y perfumes. Algo de envidia o amor enfermizo hacia la señora, no sabría decirlo, pero ni lo uno ni lo otro la justificarían, eso lo sé muy bien. Y a pesar de todo es la unica que me merecía confianza.
Todos sus empleados hemos entrado en servicio siempre por estricta recomendación. Está de más decir que la señora Clotilde, era una persona muy eficaz en esto y me consta que también pedía antecedentes policiales de cada uno de nosotros antes de tomarnos como empleados. Como mayordomo de la casa tenía acceso a esa información. Lo que me hace culpable de los hechos es la cercanía que tenía para con la señora. Siempre fui franco con ella, prefería decirle las cosas que no le gustaban antes que halagarla falsamente y seguramente que de eso habrá testigos, alguna de las muchachas de la limpieza o hasta el mismo cocinero me habrán escuchado la franqueza con la que me dirigía a la señora.
No seré yo el primero que le hable de los desordenes alimenticios de la señora, comía a deshoras, se sometía a dietas de adelgazamiento, o de engorde a discreción, pues nunca estaba conforme con su imagen en el espejo. Para mi lo que tenía era falta de amor propio porque todo lo repartía entre sus amistades y empleados. Y esos amigos, extraños para ser amigos por cierto, y más interesados en vacacionar en la propiedad del mar que en su agradable compañía.
Culpable soy de haberla querido como no es debido para un empleado, pero no podía dejar de sentir lo que sentía por ella aunque a mi favor digo que nunca le insinué nada, nunca intenté conquistarla ni mucho menos, solo estaba a su lado queriéndola en silencio. Aunque ahora que pasó el tiempo sé que fuí un cobarde porque tendría que haber renunciado a ese puesto y haberme marchado lejos. Pero me conformaba con verla, escucharla y observarla en silencio. Y todo por complacer.
Uno de los cambios que efectué fue contratar a un nuevo cocinero más a la altura de la calidad culinaria de la señora, contratado a través de una empresa de servicios domésticos de categoría, donde pude seleccionar un chef francés que hizo enaltecer a la señora frente a sus invitados. No paraban de adular su mesa.
Diré eso sí, que me sentía orgulloso de mis servicios. Llegó un día sin que yo lo esperara, que la señora me pidió que siguiera sus cuentas hasta el más nimio detalle. Recibí de ella misma el entrenamiento necesario para tratar con escribanos y abogados, hasta que me dí cuenta con la experiencia adquirida, que no se estaban haciendo bien las cosas. Cuestiones poco claras de impuestos, declaraciones y cosas así de las que tuve que interiorizarme en detalle para atajar ciertos problemas que, de no haberlo hecho, se hubieran convertido en una bola de nieve imparable, una bomba de relojería con un cronómetro impredecible. Y nadie más alejado que yo de la vulgar fanfarronería, simplemente hacía mi tarea lo mejor posible,  y creo no haber errado en nada.
Sólo me faltó ser médico, esto que le digo ahora mismo me quiebra. Una desazón en el pecho por no haber visto cómo eran de graves las cosas. Con esta manía de adelgazar y engordar un un santiamén, la señora iba debilitándose cada vez más. Yo no notaba nada más que sus cambios en la apariencia y el humor. Decía que tenía que purgar toxinas y estaba días enteros a base de sales de fruta y una manzana al día. Después resultaba que las costillas se le marcaban demasiado y el dilema era quitarse las flotantes o volver a subir unos kilos. Yo no sabía cómo reaccionar, los cambios de humor de la señora eran evidentes, cambiaba de personal doméstico porque alguien tenía que cargar las culpas de su malhumor. Creo casi sin margen de error que hemos cambiado de personal dos veces desde que entré a esta casa, lo que no es poco pues éramos doce personas en el equipo.  Tenía que ser yo quien intermediara con ellos y la señora Clotilde. Pero cuando a ella se le ponía algo en la cabeza no paraba hasta conseguirlo y después era como un triunfo, se la veía exhultante, llamaba a su amiga modista y le encargaba dos o tres vestidos nuevos, o salía bien temprano y volvía al atardecer con cinco pares de zapatos de Harrods. Y eso que Buenos Aires estaba a cuatrocientos quilómetros, pero ella iba y volvía en el día solo para esto.
                Con Antoin, ideamos una dieta libre de harinas y azúcar, para ver si con ello conseguíamos hacerla comer más regularmente. Pero se entusiasmaba con los sabores dulces, me consta por los dichos de Amalita, que en su habitación había envoltorios de bombones y chocolates debajo de la cama, de a montones, lo que la enloquecían eran los havannet, esos bocaditos nuevos que salieron hace un par de años, pues salía a la hora del té para irse al centro a la confitería para traerse la cartera llena.
Era la señora de la casa, dueña de su fortuna y sus caprichos. Nadie podía ponerle límites ni obligarla a ir al médico. Sólo pisaba la consulta del cirujano plástico. Sabrá usted que la vanidad de las mujeres con dinero puede adquirir proporciones dantescas. No solo de dietas estaba enviciada, también de borrarse las arrugas que le aparecían en los ojos o los labios, aunque estuviera 15 días con vendas y sin poder asomar al sol. Desde ya le pido discreción en estas cosas. No quisiera que me cataloguen de indiscreto. A pesar de que doña Clotilde ya no esté con nosotros, su memoria no debería enturbiarse.
Este doctor, al que yo llamaba “su doctorcito Menguele” creo yo que tenía pocos prejuicios y muchas ganas de experimentar con el bisturí, porque de otra manera le hubiera puesto límites o haberse negado a operarla más de una vez. Fue en una de estas oportunidades en que llegaron unos papeles urgentes, pero estaba tan postrada por la operación que me pidió expresamente que ejercitara su firma. Yo me escandalicé y le dije que todo tenía un límite, pero ella insistió –Sólo por esta vez Ismael, estos papeles tengo que entregarlos mañana mismo y tengo un dolor de cabeza que se me parte y no me puedo mover, cómo querés que me ponga a firmar si no puedo ver donde pongo la mano?- Accedí con la condición de que fuera la unica vez. –Sí, sí. Tranquilo que la dueña de todo sigo siendo yo y no estoy chocha, apenas operada.
-Pero señora Clotilde, habíamos quedado que iba a ser la unica vez- le dije unos ocho meses después, cuando lo de las 350 hectáreas y en plena producción. –Sí ya sé, pero ví que lo hiciste tan bien y sos tan bueno que una vez más no pasa nada, además yo leo lo que vos firmás. Qué te cuesta? Acaso no te pago bien o me vas a pedir aumento de sueldo por un garabato? Además  lo que firmes a mi nombre yo siempre me entero y te puedo acusar de falsificar mi firma y vas preso. Quién te va a creer que alguien en su sano juicio te va a pedir que falsifiques su firma? Para mi es más seguro así que darte un poder, ahí sí que me podés jorobar de lo lindo. Firmame la venta del terreno de Balcarce, que me voy a quedar unos días más en Termas y para cuando vuelva me van a jorobar el precio. Colgó el teléfono y me quedé con el tubo en la mano, sudando y con rabia. Yo todo lo hacía por ella pero resulta que acababa de decirme que tenía la doble intención de usarme a mi para sus negocios y si algo saliera mal tendría a quién acusar! Vender semejante propiedad con el ganado en pie, no solo las tierras, era algo descabellado y no estuve de acuerdo, pero no me quedaba otra que obedecer. Eso se convirtió en dos departamentos que compró en el edificio más alto de Sudamérica, en plaza San Martín
Al menos puedo asegurar con testigos de su confianza que el testamento a mi favor lo firmó ella y frente al escribano, que asentó su firma como testimonio de que todo fuera legal. Nadie podrá decir que yo falsifiqué semejante documento a mi favor. No puedo decir qué fue lo que movió a la señora Clotilde a legarme prácticamente todo. Claro que la fortuna ya estaba mermada sobre manera porque la venta de Balcarce no fue lo único de lo que se desprendió. También vendió el bote propiedad de su fundación. Se deshizo de dos de sus autos y se quedó con el de menor categoría. Los terrenos de Quila Quina, linderos con San Martín de los Andes desaparecieron sin que yo me enterara y eso que había dicho que dejaba todos sus negocios en mis manos.  Dos meses después de la venta de los coches, los acontecimientos concernientes a su salud, se fueron precipitando de una manera vertiginosa hasta llegar al triste desenlace del que se me acusa. Nunca escuché a nadie hablar mal de mi, pero esta casa se volvió solitaria y eso habla por sí solo.
Nunca hice nada en contra de su salud. Un deslíz con la memoria lo tiene cualquiera así que no presté atención a las primeras semanas de los síntomas. Pero luego las pérdidas de memoria, o como ella los llamaba, sus deja vú, se hicieron más frecuentes, además de esos ataques de ansiedad por lo dulce y después la llorera de culpas que pasaba en su habitación. Amalita también empezó a notar estas cosas y lo comentó conmigo, así que le prometí vigilar si notaba algo yo también. Pero no hubo manera de que fuera al médico. Amalita insistía en acompañarla para un simple chequeo, seguramente hubiéramos llegado a tiempo, pero era tan voluntariosa!  Para que no la molestáramos más nos había dicho que había ido y a los días nos dijo que los resultados habían sido buenos y que no había qué preocuparse de nada. Amalita trató de sonsacarle detalles pero al final le dijo que los resultados habían quedado en el consultorio del doctor, poniéndole punto final al asunto. De la casa anterior donde yo había trabajado, conocí al doctor Fuentes, un psiquiatra que atendía al hijo mayor de la familia y acudí a él. Siempre es bueno guardar esos contactos que uno nunca sabe si los puede necesitar. Pues un día hice como que me visitaba a mi en calidad de amigo y así lo presenté a doña Clotilde. En un momento y con cuatro palabras dichas, el doctor se dió cuenta de que algo no iba del todo bien con la señora y mi idea era que ella entrara en confianza con él para que empezara un tratamiento. Porque si los análisis le salieron bien como ella nos había dicho, entonces el problema podría estar en otra parte.
Yo sabía que esto era meterse en camisa de once varas, hay tantos casos en que hacen pasar a uno por loco y quedarse con la herencia, pero tenía que intentarlo no solo por ella, por todos, para el personal esta era nuestra fuente de trabajo además de que uno se encariña con los patrones, ella era mal llevada pero buena persona. Y no quiero repetir cuánto la llegué yo a querer.
Amalita se quedará como Ama de llaves, como siempre. Hay algunos del personal que han preferido irse, por la tristeza. Antoin decidió que si no se harían más esas cenas y almuerzos donde se lucía tanto, mejor se iba. Pero ya estaba contratado por Mónica Bedoya Hueyo, una amiga nueva rica de la señora. Así que me quedé solo con seis viejos colegas que ahora son mis empleados y Amalita que después de tantos años con Clotilde no tenía adonde irse, además recibió una pequeña fortuna y sus tareas son las mismas que las de una señora.  
Antes contemplaba a Clotilde en silencio, desde el living mientras ella tomaba el té en el porche, mirando al mar. Ahora entre el mar y yo ya no está ella. Pero me siento a tomar el té y percibo su presencia a mi lado."

Texto exculpatorio encontrado por Amalia Gómez dentro de la solapa de un libro, en la biblioteca de la finca del mar. Muy ajado, con los bordes amarillentos y tal vez olvidado de tan escondido. Según asumió ella, de puño y letra de Don Ismael Gómez, el dueño de casa desde hace cuatro años, en que muriera la señora Clotilde Barrameda de Castro. Amalia Díaz imagina que esta carta dirigida a nadie es el mismo discurso, palabras más palabras menos, que le escuchó decir a Ismael Gómez a todo el que quisiera oirlo, como si fuera el guión que debía aprender de memoria.
Pasados  seis años  y siendo que don Ismael se instaló en el Kavanagh hace dos y casi no pisa la finca del mar, desde que sus únicas compañías fueran médicos y pastillas, según le contara Rosa, la  empleada que tenía don Ismael en su nuevo domicilio, Amalita prefirió la tranquilidad conque reinaba frente al mar, organizando sus tés con amigas, yendo al teatro o tomando clases de pintura y literatura francesa con ese profesor dueño de unos bigotes color caramelo que se arremolinaban entre su cuello y su almohada un par de veces a la semana mientras le susurraba cosas que la escandalizaban pero no había tenido ningún problema en hacerlas tan solo un momento atrás.
Ser dueña de unos cuantos secretitos no la hacían cómplice de nada. Todos estos años lo dejó hacer como si ella fuera tonta.  -Jah, es mejor ser mosquita muerta y una mosca en la pared y que los demás hagan. –Se decía a sí misma frente al espejo, gesticulando ampulosamente y después agregaba.   -En la vida hay que ser agradecida, no te parece Amalita? Después de todo esta vida es más real que las mímicas de señora que yo misma hacía cuando doña Clotilde salía de casa, y siempre teniendo que amenazar a las chicas del servicio con despedirlas para que no hablaran-
De todas maneras, si alguna vez lo necesitara, podría abrir su caja del banco, esa que ella llamaba: ”el arcón de los secretos que hablan”.

Saverio Longo
Amsterdam 23 de septiembre de 2013


dinsdag 20 augustus 2013

La llegada

Con esto del embarazo se complicó todo. Ahora no voy a poder seguir trabajando de lo que quiero, ni donde estoy. Voy a tener que mudarme a la provincia, porque el trabajo de mi marido es mucho mejor remunerado que el mío y como no voy a poder trabajar por largo rato, además cómo voy a hacer para cuidar al bebé, sola mientras él trabaja a 1500 km. de distancia. Buenos Aires es maravillosa, pero tampoco por eso voy a jurar que para un bebé sea maravillosa. Acá todo es más deshumanizado que en el interior. Salta no es una ciudadcita, también hay que decir que es como Buenos Aires. Y allá las diferencias sociales son casi más marcadas que acá. El peso de la iglesia allá es refuerte. Además después de ser madre me va a costar más encontrar un trabajo sin que me señalen como la porteña desalmada que prefiere trabajar antes que cuidar a su hijo.
La verdad que no sé qué está bien. Si pienso en lo práctico tendría que aceptar la mudanza definitiva a Salta y listo. Mi marido es divino pero también estamos cómodos  así, después de dos años la relación es casi más cercana. Él viaja una vez por mes acá y yo hago lo mismo una vez por mes allá. Con esta manera mantenemos una buena relación de pareja sin que interfieran ni la ropa tirada en el suelo, ni la tapa del baño levantada o bajada,  ni cosas así que son manías de cada uno y que todos los días al final suman o restan, según el humor de los dos. Eso lo evitamos con la distancia y entonces cada 15 días somos felices. Además nos extrañamos más y tenemos la sensación de vivir en eterno romance.
Un bebé ahora, es raro hasta pensarlo. Siempre me gustaron los bebés, pero después crecen. Con Sonia somos amigas desde la secundaria. Nos encantaba salir juntas, aunque las otras chicas no quisieran o tuvieran que hacer otra cosa, nosotras nos arreglábamos para salir juntas, o pasar toda la tarde tomando mate o ir a una feria.  Ahora es mama de dos nenes divinos, Matías de 3 y Lola de 5, yo soy la madrina de Lola. Tampoco me arreglo mucho  cada vez que la voy a visitar, me dí cuenta que se sentía mal y siempre se estaba disculpando conmigo por estar desgreñada, en pantuflas, claro me dí cuenta que este cambio apareció cuando llegaron los nenes a su vida. Además Carlos no es el padre moderno que ayuda en casa y ella dejó la carrera para casarse, después llegaron los nenes.
Yo me dije que no sería mi caso, claro que me case mucho más tarde, ya había terminado pediatría y conocí a mi marido mientras hacía las prácticas en el 2005. Pasaron años y siempre que hablamos de bebés era para más adelante, cuando acabáramos con la hipoteca, cuando lo ascendieran a él en el trabajo, cuando me hicieran fija a mi, después lo trasladaron al NOA, después vendimos la casa y compramos el departamento, después es ahora con ocho años más cada uno y dos semanas de retraso que tendría que llamarlo 6 semanas de gestación. Todavía no lo sabe nadie. Tuve siemrpe razones para no ser madre aunque Sonia me decía lo felíz que era con sus hijos, nunca me lo creí para mi misma. Quién manda que ser madre está mandado? Lo que más rabia me da es que siempre nos cuidamos. Para que yo descansara de las pastillas, empezaba a cuidarse él, nos alternábamos la responsabilidad pero algo falló la última vez. Y acá estoy con el dilema de seguir adelante o no, justo yo que trabajo con nenes y bebés todos los días, cuidándolos, recetándoles medicación en el hospital y el consultorio, hablando todo el tiempo con los padres del crecimiento, las etapas, los cuidados, dando recomendaciones, consejos, y ahora estoy justo del otro lado, aunque aún no lo sepa nadie, ahí está esperando nacer.
Era cuento lo de la dulce espera. Algo la hace eterna e insoportable, ya estamos en otoño y la verdad es que desearía que fuera septiembre. La diferencia entre la pera y el tren es que la pera es pera y el tren se espera, pues lo mío es un tren.
Hoy atendí a un nene divino que se llama Carlos, su mamá es tan dulce con él, que me pregunto si esta panza que tengo me dará un nene así de soñador y cariñoso como Carlitos. Mi marido se llama Alberto y está tan felíz! No pensé que a pesar de las complicaciones iba a cambiarle tanto el humor, no es que sea hosco pero de haber sido siempre un ser práctico ahora se ha vuelto un ser ansioso y nada previsor, todo le parece color rosa, creo que no entiendo a los hombres, cuanto más se necesita la mente fría, más se ablandan, igual no lo culpo, la verdad es que de los dos, él es el que más quería ser padre y verme como madre. Hasta pidió de nuevo el traslado a Buenos Aires pero está difícil, porque volvería a un puesto menor y volver a empezar, cosa con la que no estoy de acuerdo.
Salta es bonita, pedí una semana en el hospital y estoy pasando los últimos días de agosto más cálidos y menos húmedos que en Buenos Aires, esto me alivia un poco y Alberto está tan atento a mi, que me siento una reina. Casi no me deja ni cocinar. Hoy me llamó para decir que me preparare, que en cuanto llegara nos íbamos directo al centro a un restaurante a la vuelta del Cabildo donde hacen un locro suave con un toque más salteño, bueno, la verdad que no sé cuál es ese toque pero allá vamos. El cielo de acá es de un azul tal intenso que mirarlo me lleva a un lugar de paz y felicidad. Siento que este es un buen lugar para vivir.
En el restaurante empezamos como siempre con unas empanadas y una humita de choclo dulce. Alberto me preguntó qué me pasaba porque de repente debo haberme puesto pálida. El señor de la barra nos miró y se acercó a preguntar si estaba todo bien. Dijo que había tenido que asistir a su señora dos de las veces que fue madre, y que tenía experiencia, que no nos preocupáramos. Mi marido llamó a la ambulancia del seguro y mientras llegaba, también llegaba con todas sus fuerzas y mis dolores increíbles, a los brazos de este señor y en el suelo del restaurante, una bebita impaciente y preciosa llamada Carla.

Saverio Longo

Amsterdam,  9 de agosto de 2013

Blogarchief

Sesion del flyer.

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las tuyas, las nuestras divas esclavas