Mechi y el mar
Los ojos de Mechi estaban grandes
como platos, color café, con la profundidad que pueden tener el infinito en los
ojos de una nena de 5 añitos recién cumplidos, recibiendo el regalo que había
pedido pero no pensaba que se fuera a cumplir su deseo. De hecho, la mama le
había dicho que para eso tendrían que pasar unas cuantas cosas antes.
Sus ojitos perdían el brillo
soñador mientras imaginaban todo lo que le iba a costar ordenar su habitación
todos los días. Tampoco es que tuviera tantas muñecas ni ositos, pero siempre
estaba menos ordenado de lo que ella misma podía reconocer. Por qué nunca me creés cuando te digo que no
lo dejé abajo de la cama? –Le decía a su mama. -Estaba al lado de la calesita,
mami…
Había un estante al que tenía que llegar subiéndose a
la mesita donde dibujaba con sus lápices de colores, animales fantásticos que
nacían mientras sus ojitos cerrados flotaban en neblinas de colores, viéndolos
aparecer casi de la nada, presentándose de esta manera: Hola Mechi, yo soy el oso-pez-verde,
hago piruetas en el fondo del mar y siempre hago carreras con el delfín rojo,
pero a veces gano y otras pierdo.
Así le hablaban sus animalitos
fantásticos, después ella se sentaba a dibujar todo lo que le habían contado
ellos y su mama la felicitaba por lo bien que dibujaba.
Pero cada vez que se subía a la
mesita a buscar algo del estante al que no alcanzaba si no se subía a la mesa,
sentía que unas manitos le agarraban las medias y se las bajaban mientras ella
se estiraba para alcanzar lo que quería del estante, generalmente uno de los
libros que le leía mamá o papá antes de dormirse. Igual ella no le prestaba
demasiada atención a los tirones de medias y seguía con lo suyo. A veces veía
como un rayo que atravesaba su habitación y se quedaba observando pero no
pasaba nada más, hasta que una vez, mientras cantaba la canción de la cebolla
llorona, alguien empezó a tararearla y después de un rato se dió cuenta que esa
vocecita no salía de su cabeza, que salía de atrás de la cama. Pero no hizo
nada, siguió cantando la canción de la cebolla llorona y de a poquito, apareció
una sombra con los colores del arcoiris que se movía como la cola de un tigre o
como la colita de un ratón, de un lado para otro y soltando como estrellitas de
colores que iban a chocar contra la pared y se deshacían en estrellitas más
chiquititas que bailaban mientras ella cantaba.
Llegó un día en que ya no quería
salir de la habitación. La mamá y el papá se empezaban a preocupar un poco, no
mucho porque Mechi seguía siendo tan dulce como siempre y con una imaginación
muy grande, pero pensaban que se había peleado con la amiguita del quinto C con
la que jugaba siempre aunque ella les explicó que era un poco aburrida Carla,
por eso prefería dibujar y cantar sola.
Pasron unos días y los papás
empezaron a notar que en la habitación había más ruidos y parecía que su hijita
estaba aprendiendo a imitar voces diferentes, pero no se animaban a molestarla
porque era tan buena que seguro que no estaba haciendo nada malo, así que por
qué molestarla con preguntas de adultos?
Un día, su mamá bajó de la
terraza del edificio donde vivían, con un montón de ropa limpia que había
puesto a secar, y después de doblarla la separó en montoncitos diferentes, uno
para los cajones de papá, otro para sus cajones y un tercer montoncito con ropa
más chica para los cajones de Mechi. Vaya sorpresa se llevaron las dos! Cuando
la mamá abrió la puerta, una ola gigante de agua salió hacia el comedor, toda
la ropa seca se volvió a mojar! La mamá empezó a nadar desesperadamente.
Mechi tenía puesta una escafandra
de las que había dibujado en sus papeles, tenía una manguera larga color azul que llegaba hasta
el techo, pero se asustó mucho al ver a su mamá que no tenía nada puesto para
respirar en el agua. Lo más raro era que su mamá no se asustó, empezó a
crecerle una cola de pez encima de las piernas, debajo de la pollera de flores
que tenía puesta. Su pelo perdió los rulos y se volvió lacio y más largo. El
oso-pez-verde se arrodilló frente a ella y la llamó “su alteza la princesa
Sirena”, Mechi le preguntó al delfín rojo si era de verdad princesa y el delfín
le explicó –es evidente! Tiene cola de sirena, ves su diadema de perlas?
–también tenía diadema, era verdad y las perlas eran de siete colores, rojo,
anaranjado, amarillo, verde, celeste, azul y violeta!
Su mamá sirena recorrió todo el
departamento y comprobó que los muebles eran como piedras y cuevas en el fondo
del mar. El televisor que estaba prendido en el canal de las noticias, se había
transformado en un túnel que al fondo tenía una salida con mucha luz. Por
suerte era invierno y aunque había mucho sol, también hacía frío entonces las
ventanas estaban cerradas. Menos mal! sino el agua se hubiera ido por las
ventanas abiertas. Después de comprobar que todo el departamente era un fondo
marino y había más peces y otros animales que Mechi había dibujado, miró a una
ventana y vio que el sol estaba bajando entonces fue a buscar a Mechi que
seguía en su habitación y con algo de miedo porque si bien era el mundo que
ella había creado, no estaba segura de lo que podría encontrarse fuera de su
habitación. Pero su mamá sirena le explicó que tenían que ir a la puerta para
recibir a su papá y explicarle muy rápido lo que pasaba, sino se podía asustar
y ahogarse por falta de imaginación. Así que cuando la puerta se abrió, al papa
le costó mucho esfuerzo entrar porque no es lo mismo caminar fuera del agua que
dentro de ella.
Claro que el agua salió por la
puerta del departamento e inundó todos los pasillos y las escaleras. Lo mágico
era que el agua no se acababa nunca. El papá quiso hablar y le salían burbujas
de la boca, mientras le empezaban a crecer unos bigotes larguísimos y colmillos
tan largos que la corbata que llevaba puesta se le enredaba en ellos. Ellas se
empezaron a reir y lo abrazaron. La princesa sirena le dijo que era el león de
los mares más guapo que había visto nunca. La vecina abrió la puerta para ver
qué pasaba y se le llenó la casa de agua, todos los departamentos se fueron
inundando y convirtiéndose en fondo de mar. Todos los habitantes se
transformaban en peces fantásticos, algo raros, de muchos colores y formas
diferentes. Eso sí, todos se parecían un poco a la persona que habían sido
antes, y esto era muy importante porque así se podían reconocer los unos a los
otros. Empezaron a nadar por todo el edificio. Como ya era de noche, nadie
entraba ni salía. Estaban en sus casas, transformados en peces, estrellas de
mar, caballitos de mar, erizos, algún tiburón azul con la panza blanca a rayas
grises, Carla, la del quinto C era una estrella de mar amarilla con rayas
violetas, Mechi la reconoció por lo tranquila que estaba en su habitación y sin
moverse apenas.
Era fantástico, su mamá no
tendría que planchar nunca más, la ropa abajo del agua no se arruga! Tampoco
tendría que cocinar, porque había algas y corales que se podían comer. Y había
para todos! Los papás y las mamás no se iban nunca más a trabajar, porque ahí
tenían todo, los abuelos y abuelas, como siempre les podían contar historias y
así aprendían todo lo necesario de la vida. No tenían que ir más a las escuelas
y siempre era recreo!
Mechi tenía sus momentos de
tristeza, como ella era la creadora de ese mundo, no se había dado cuenta en
convertirse a tiempo al principio de todo, y ya era tarde para eso, así que
tenía que ir a todos lados con escafandra y el tubo largo azul, pero como la
querían tanto y todos estaban tan agradecidos por haber creado este mundo
maravilloso, se olvidaba de la tristeza y jugaba… jugaba, y creaba otros mundos fuera del
edificio. Solo tenía que empezar a cartar la canción de la cebolla llorona
mientras dibujaba a veces estrellas y planetas, otras veces dragones y
luciérnagas fosforescentes, otras veces hadas y murciélagos que volaban juntos
de día y de noche.
Y colorín colorado…. Este cuento
se ha acabado.
Saverio Longo
Amsterdam 29 de septiembre de
2013
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